No tengo un criterio para tener unas chaquetas guardadas en bolsa de lavandería y otras no. Mientras camino, miro el piso más de lo que quisiera. Hago listas de reproducción con las canciones que se me aparecen en los sueños y no con las que están de moda. Cuando estoy estable, me pregunto si debería aprovisionarme o aprovechar para despilfarrar un poco.
Tengo una gran capacidad de síntesis. Me estoy haciendo amiga de los números, de mis números. He tomado con serenidad el hecho de llevar dos meses diligenciando matrices de Excel. Esta semana me he preguntado recurrentemente uno cómo aprende a perdonarse por las decisiones del pasado, a no recriminarse por lo que hizo con lo que tuvo a la mano, como si estar viviendo una situación fuera igual a recordarla.
Por más que me esfuerce, ya debería reconocer que no soy rápida alistándome en las mañanas. Encima se me olvida cuántas veces dije que no me iba a volver a cortar el flequillo. Pero aquí estoy, otra vez de batalla en batalla con el secador.
No estoy tan dispuesta como creo a tener discusiones necesarias. Tampoco a aceptar que debo pensar más en lo que necesito que en lo que quiero, o que ser feliz equivalga a (micro)ilusionarme todos los dias. Pero así es la vegetación selvática de la adultez: abundante, agreste, fértil.