Una casa para principiantes del hacer-sin-morir-antes-del-hacer
El veinticuatro, el veinticinco y las letras aleccionadoras
Que la omnipresencia nos sea negada siempre
Enero es como volver de un viaje largo al extranjero. Cosas por desempacar, pilas de ropa por lavar y un descuadre de horarios que también es de lugares, emociones y planes. Destiempo. Decoloración. Desubicación. Un aterrizaje forzoso previamente advertido, para el cual es casi imposible equiparse con asertividad sin jugar a la pitonisa.
A varias personas les he leído que el 2024 fue el año del cansancio y no puedo estar más de acuerdo. Cansancio en todas las formas. Para mí fue un gran año, de verdad. Si hago un balance a vuelo de pájaro, me quedo con un resultado positivo que no ha hecho sino mejorar desde del periodo oscuro entre 2017 y 2022. Pero fue agotador porque quise hacerlo, como la película, todo-en todas partes-al mismo tiempo.
Ese tipo de cansancio por codicia es satisfactorio si uno aprende las lecciones que acarrea: saber cuándo y cómo tamizar el caudal de la propia ambición. Una cosa es el mundo de la cabeza, otra muy distinta la realidad de las capacidades vitales. Y creo que en esa materia yo integré lo que tenía que integrar. En nombre de algo más grande que yo (mi sueño más consistente a lo largo de la vida), atravesé cualquier cantidad de renuncias parciales o temporales. Sigo queriéndolo todo, que no se me malinterprete, pero no se puede en todas partes y mucho menos al mismo tiempo. Es mejor ir evacuando deseos en cola para intentar cumplir los que más se pueda a lo largo de la vida.
Gratitud movilizadora
Cierro el 2024 pensando en la gratitud como un sentimiento ambivalente: la capacidad de entrenar la mirada benevolente para leer el mundo, por un lado, y el residuo de la resignación que no es capaz de confesarse, por el otro. Fortuna, privilegio o suerte, claro que no se puede andar por la vida sin reconocer lo que nos es dado, tanto como lo que nos es negado en la experiencia vital en curso. Pero querer más y mejor es igual de legítimo como propulsor de vida. Y no equivale a una queja, a un lamento o a una muestra de antipatía y poca sensibilidad.
Gratitud y ambición no se contraponen, pero nos han hecho creer que la primera, bastante mejor valorada que la segunda, coincide con la quietud y la entrega silente a los hilos de las causas y los efectos. Ni siquiera las plantas se rinden tan rápido ante la falta de agua o sol, al contrario, dan la batalla un tiempo y se intentan adaptar hasta que sus fuerzas son insuficientes. Sí, sobrepasar las capacidades es nocivo, pero provocar su marchitamiento por falta de inspiración también lo es. Y no hablo de la inspiración que circula en internet, me refiero a la gratitud movilizadora que se encuentra —o reencuentra— en los órganos más insospechados del cuerpo, bien guardadita, siempre disponible para quien está dispuesto a la incomodidad de escuchar sin ruido alrededor.
(Re)iniciar
Recibo el 2025 con mucha calma. Navidad y Año Nuevo fueron fechas de música suave, cenas para dos y películas en pijama. Todo radicalmente opuesto a lo vivido en mis treinta y dos diciembres. Así mismo empiezo el año: sin listas, sin rutinas de ejercicio, sin madrugadas extremas. Estoy por pensar que la velocidad de diciembre determina la presión que se pone sobre enero y sobre las prospectivas del año siguiente.
Reconozcámoslo: (re)iniciar un ciclo es motivador e igualmente agobiante. Es el recordatorio —cada minuto, cada hora, cada semana, cada año— de una eternidad que nos deja por fuera, de un infinito incongruente con la mortalidad. Pero también de la urgencia de vivir con más cariño, sin emular a las máquinas, celebrando los detalles de un mundo abundante en maravillas que se resisten a la extinción.
Estoy disfrutando, aunque por un tiempo corto, de la lentitud descarada que me permite la combinación de situaciones personales y laborales actuales. Estoy descartando libros que no me enganchan. Estoy celebrando el desorden de mis apuntes desperdigados. Como estoy tomando más café, también estoy escogiendo desayunos dulces. Estoy optando por la escritura experimental, híbrida, irreverente. No estoy quieta, estoy dándole espacio a la creatividad que conduce a la acción.
Tengo planes, sueños y deseos, muchos y bien grandes. Sé qué tengo que hacer —y no hacer—para caminar en su dirección. Sin embargo, este año no tengo metas, objetivos, indicadores ni nada que suene a la planificación estratégica de una empresa. Cada vez entiendo menos que la vida se haya convertido en una jornada de gerentes con un Excel compartido. He estado ahí, claro que sí. ¿Me funcionó en su momento? Seguramente. Pero ya no es el lugar que habito. Ahora resido en una casa para principiantes del hacer-sin-morir-antes-del-hacer que privilegian la escritura a mano, aborrecen los relojes conectados al celular, prefieren el bloqueador solar con color en lugar de la base de maquillaje, revisan su relación con el universo digital, escogen prendas básicas de fondo de armario y se replantean el vínculo con un sistema laboral enfermo.
En el 2025, entonces, tengo la aspiración de armonizar la relación entre pensamientos, emociones, ideas y capacidades corporales, para saber discernir mejor entre sobreexigencia y conformismo; cansancio y procrastinación; ambición y soberbia; sentido de la justicia y rebeldía; necesidad de descanso y autoindulgencia; pragmatismo y desidia.
Como nunca se ha tratado de coherencia sino de compensación, deseo que su año nuevo sea el punto medio entre una siesta en hamaca y una maratón, un relato y una saga, una vela de té y un candelabro. Que el 2025 les sea generoso, iluminador, compasivo y paciente.






Musiquita para resumir el 2024: 6 lecciones en letras de canciones
El mundo deja ya de existir
Miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos
Para encontrar la niña que fui
Y algo de todo lo que perdí
Miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos
Let me photograph you in this light
In case it is the last time
That we might be exactly like we were
Before we realized
We were scared of getting old
It made us restless
It was just like a movie
It was just like a song
En tan poco y tan corto tiempo
Que no sé ni que idioma hablo
Ni qué velas cargo dentro de este entierro
Ya no sé si he vivido diez mil días o un día
Diez mil veces
Y te sumo a mi historia
Queriendo cambiar las pérdidas por creces
Siento el asombro de un transeúnte solitario
En los mapas me pierdo
Por sus hojas navego
Ahora sopla el viento
Cuando el mar quedó lejos, hace tiempo
Eternas las tardes, sin saber qué hacer
Ahora el tiempo pasa y no perdona
Se van meses y años para no volver
¿Quién te ha visto, amigo, y quién te ve?
¿Cómo te va la vida? A mí me ha ido bien
Tan lejano el paraíso aquel
Estoy acostumbrado a vivir al este del Edén