Así sea gateando
Céline Dion cantó como una diosa en los Juegos Olímpicos. Con brillos, flecos y un recogido prolijo, entonó el Himno al amor con la euforia de una primera vez en los escenarios. De muchas formas, su espectáculo lo fue. No daba un concierto desde el 2020; casi al tiempo llegaron la pandemia y el agravamiento de la enfermedad rarísima con la que batalla desde hace años: el síndrome de la persona rígida.
Me conmovió su regreso heroico, mucho más desde que vi la entrevista que le hizo Hoda Kotb para NBC. En varios apartes, Céline Dion intenta explicar su padecimiento: espasmos y calambres que, cuando se desatan, le impiden cambiar de movimiento porque se queda bloqueada. La rigidez es tan asfixiante, que los músculos le pueden llegar a romper las costillas.
Si hay algo más desconcertante que la enfermedad misma, es el hecho de que a Céline Dion le haya empezado en el cuello y, como consecuencia, le haya afectado las cuerdas vocales. Progresivamente perdió el control de su voz. Los conciertos se convirtieron en un sufrimiento. La cotidianidad se volvió tortuosa. Hasta que los médicos no resolvieron la incógnita de su diagnóstico, no pudieron darle un tratamiento certero que le hiciera la vida más llevadera.
Su regreso a los escenarios (¡y a qué evento!) es entonces triunfal. De toda la entrevista, me sacudieron dos cosas en particular:
Céline Dion ha sentido que su cuerpo la intenta dejar. Tengo la impresión de que no lo dijo (solamente) como una alusión a la muerte, sino a la pérdida del control de la mecánica corporal: el deseo de movimiento es ignorado por el cuerpo.
Resulta que los disparadores de sus crisis y bloqueos también pueden ser las cosas que más feliz la hacen. Cantar, por ejemplo, le puede provocar un episodio. ¿Cómo se contiene la felicidad en la medida justa de la salud? ¿Cómo se apacigua el disfrute para que no desborde la capacidad física y mental? Cuidarse de la felicidad propia no parece estar en ningún manual de bienestar.
Cuánta templanza. Me retumba la determinación de Céline Dion cuando dijo que iba a subirse al escenario, incluso si le tocaba gatear.


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Todos los ciclos
Para este newsletter llevo una libreta de apuntes poco estética pero muy organizada. Me la regalaron en algún evento institucional, como muchas otras que apilo en el organizador negro del estudio, y cumple dos funciones: llevar el registro de las ideas sobre las que se me antoja escribir y ahorrarme la compra de cuadernos que quiero, pero no necesito. No estoy dispuesta a desperdiciar la cantidad de hojas que acumulo en las libretas no elegidas.
Releyendo los apuntes para esta entrega, encontré un tema recurrente que no había abordado por alguna razón desconocida. Mejores coyunturas o novedades más interesantes, supongo. No tiene un nombre en concreto, pero lo asocio a las formas en que ignoro y paso por encima de mis propios ciclos, cada vez que soy autocomplaciente. Tengo tres ejemplos: mis ojos, mis uñas y mi escritura.
Uso lentes de contacto desde hace más de once años. (Ya no sé si decir uso o usaba). El año pasado, cuando fui a mi control periódico, me detectaron cualquier cantidad de problemas y yo no tenía ni un solo síntoma. Me suspendieron el uso de los lentes de contacto, me regañaron por llevarlos quince horas al día sin más que un descanso a la semana y me ordenaron lubricantes oculares cada dos horas. Antes del diagnóstico, a duras penas me ponía una gota al día. Desde entonces estoy de ires y venires con mis ojos. Sí, úsalos solo seis horas al día. No, suspéndelos de nuevo porque otra vez hay resequedad extrema.
Ha sido un duelo, de verdad que no es menor. No tengo nada que negociar: la salud de mis ojos es prioridad. Pero después de once años de uso sostenido, hasta los malos hábitos son identitarios. Si usé los lentes con esa intensidad no fue por irresponsable. Me hubiera encantado saber que lo estaba haciendo mal. Jamás falté a los controles y jamás encontraron un problema. No creo que diez médicos diferentes hubieran pasado por alto un diagnóstico problemático. De cualquier manera, irrespeté el ciclo de tolerancia de mis ojos y eso me ha traído consecuencias preocupantes.
Lo mismo con mis uñas. Hubo un tiempo en que únicamente me hice el manicure semipermanente y destruí las capas de las uñas. Sí, me encanta llevar las uñas de color sin una sola peladura. Pero no es algo que mi cuerpo resista sin que le dé una pausa. Mi escritura, por otro lado, funciona en las mañanas, en absoluto silencio y con plena concentración. Qué puedo hacer, no se me da de otra forma; mi músculo es quisquilloso y soy exageradamente distraída. Postergarla para el último momento del día, entonces, después del trabajo cuando no tengo energía y sí tareas domésticas, no solo me va a dejar sin escritura, sino también sin lectura, sin ejercicio, sin meditación, sin descanso y con mucha frustración. Parece que la noche al cabo de la jornada laboral es larga, pero es más un abrir y cerrar de puertas, cajones y grifos.
Las licencias excesivas son el denominador común de las tres situaciones. Por el deseo de llevar los lentes de contacto, las uñas con el esmalte a prueba de fuego y la rutina del mandato social, trastoqué los ciclos de mi cuerpo. No los pude articular con mi mente y viceversa. El deseo en sí es inocuo. Pero cuando se une con la sobreexigencia para complacer un gusto, puede ser perverso y autolesivo.
Estoy aprendiendo a regular esa brecha entre los ritmos de la mente y del cuerpo. Con la ayuda de los optómetras, estoy probando alternativas para usar, de vez en cuando, unos lentes de contacto diferentes. El esmalte semipermanente me lo permito una vez al mes y solo por quince días, siempre y cuando haga una pausa sin un solo químico en las uñas. El aceite de almendras y la mantequilla de limón son los mejores hidratantes para ese reposo. Con respecto a la escritura (ya he contado en otras entregas del newsletter que estoy trabajando en un proyecto grande, lento pero grande 💜), he ajustado el orden de mis días cuantas veces ha sido necesario para poder usar el lapso creativo del día en mi texto y no solo en las obligaciones. Estoy aprendiendo a dejar de ignorar que tengo otros ciclos además del menstrual.
Collage
Estas son mis más recientes piezas. Recuerda que puedes pedir un print o un diseño personalizado a hola@paola-mendez.com




Gracias por ser parte de este camino. Sigo tomando apuntes.
Un abrazo.