Aprendí que volver no es devolverse, sino dar la vuelta y llegar por el otro lado.
Siempre que veo a alguien con un pocillo o un vasito con tapa, asumo que lleva café.
Los chicos de Bronski Beat tendrían que saber que Smalltown Boy se descuelga por las ventanas de mi apartamento.
Aprendí que lo solemne es lo que nada tiene que ver conmigo; lo no solemne, que en español la gente escriba cada inicial en mayúscula.
A veces no sé qué hacer con la paz y pierdo el tiempo buscando peligros.
Desde que decidí tomar notas también en el celular, se me escapan menos ideas. ¿Esa es la determinación flexible de la que hablan los finlandeses, acaso?
No soy una persona de bandas o géneros musicales, sino de sencillos que permanecen vigentes.
Todo lo que le digo a los demás lo apunto para mí como lección insurrecta, amotinada.
Entré por inercia a una iglesia gótica; sí, creo en el silencio y en el sosiego de los templos.
Tengo la impresión de que la gente de treinta y pico está ratificando su fe. Un gran amigo dice que es por la precariedad millennial; yo creo que es porque, a esa edad, uno por fin se entera de que no puede prever de qué lado llegará el huracán.