Una nueva casa
Disfraz de malabarista
Me volví a mudar. Hace un año escribí un texto parecido que no voy a releer, porque esta mudanza no se parece en nada a la anterior. Esta es expansiva, literalmente, y con más fines de arraigo que la última. No he tenido tiempo para procesar la ola de cambios como me gusta: a través de la contemplación, el silencio y la escritura, sin sentimientos de culpa por degustar los puntos de giro de mi vida. En realidad, me he habituado de golpe, forzando la armonía entre mis deberes, mis pensamientos y mis deseos. (Es tema de otro texto —y quizás de una disertación filosófica—, pero me urge gritar que, frente al uso y la disposición de nuestro propio tiempo, no podemos dar el brazo a torcer; nada ni nadie ha adquirido nuestras horas).
Las mudanzas exhiben el disfraz de malabarista que llevo bajo la ropa de diario. Soy buena usándolo, me luce, nadie sugeriría que no es de mi talla. Sin embargo, las costuras penden de un hilo. El trabajo, la escritura, las cajas, el mercado, la entrega de una casa, la pintura de la otra. Las reuniones de último minuto, la espera de la orden de la cirugía, el arreglo de la estufa, las cadenas de correos, las citas de optometría y las ideas que no escribo, que se van para nunca volver. Lo no escrito es relevante, porque la estrechez de mi cabeza sobrevive en un único camino profesional: seguir escribiendo lo que me propuse. Ese algo es enorme. Tan grande que a veces me veo, paradójicamente, sobrepasada por no poder volcarme de lleno a la tarea. Pero insisto, asalto a los días, avanzo a cuentagotas, me frustro en las fases de poquísima dedicación y vuelvo a empezar, excepto en la vorágine de una mudanza.
Objetos pequeños que llenan cajas
Cuando me rendí al caos de las fases de la mudanza y perdí el control de la casa, empecé a comer más azúcar del que debo. En esa espiral ansiosa me descubrí considerablemente acumuladora de objetos pequeños que llenaban y llenaban cajas, aunque todos de un valor simbólico importante que al final me hizo pensar en una persona precisa en lo que le pertenece. Detallitos para hacer collage, pilas de cuadernos, libros, topitos de animales, llaveros del mundo.
Por la velocidad de los días, no pude agradecer como quise, no pude conectar con el espacio para decirle que tiene la mejor terraza cubierta del sector, que fue generoso, que me enseñó a optimizar los puntos aparentemente muertos de las escaleras y que me amistó de una vez por todas con el gris. Tampoco le pude pedir que guardara bien los secretos de una terapia pegada a las paredes y al reloj en lo alto de la habitación, o que no le volviera a dar la idea a nadie de poner la biblioteca debajo de la barra de la cocina.
Puntos de anclaje
Ya organicé todo en el nuevo hogar y me estoy redescubriendo en los objetos que conservé. Tuve todo revuelto un mes y medio que pareció eterno, para reafirmar el propósito superior que me habita, como ahora yo habito esta casa: en un orden flexible, siempre dispuesto a soportar el caos que implique materializar el proyecto. El acto de habitar me interesa porque no es monolítico ni mucho menos estático. Digo que el propósito me habita porque vive en mí, me tiene, ha hecho de mi cuerpo y mi mente su hogar. Entonces procuro ser su buena anfitriona, recibirlo con cariño y tenerle bebidas calientes, de la misma forma que mi nueva casa me está concediendo el tiempo de escoger la decoración con base en las sensaciones que me produce el espacio y no en la prisa de revertir su amorfismo.
Todo desbarajuste tiene puntos de anclaje. Los míos fueron las caminatas al trabajo, los audiolibros, la ayuda de toda la gente amorosa que armó o desarmó una de mis cajas, me llevó comida casera o resanó los huecos de los chazos conmigo. Sobre todo, encontré puntos de anclaje en la cata de mis oportunidades, de mis sincronías y de mis capacidades para reconocer cuando estoy disfrutando de la fugacidad.





Intereses
Leí:
Papeles falsos, de Valeria Luiselli
Los niños perdidos, de Valeria Luiselli
Las muertes chiquitas, de Margarita Posada Jaramillo
Ensayo general, de Milena Busquets
La vida privada de los árboles, de Alejandro Zambra
*So far, amando la literatura de Valeria Luiselli
Estoy leyendo:
La mujer incierta, de Piedad Bonnett
Recomiendo:
Jane Fonda en cinco actos (2018) - Max
El documental de la vida asombrosísima, como de libro, de la actriz Jane Fonda. Es una muestra de las muchas mujeres que podemos ser en una misma vida. Esas mujeres no tienen por qué parecerse, mucho menos llevarse bien. Es también un ejemplo vital de cómo podemos ser leídas e interpretadas por unos ojos masculinos, hasta que el paso del tiempo permite la construcción de un autorretrato.
Novedades
Me invitaron a participar en un colectivo artístico, para el que escribí un cuento con base en una ilustración. Todo va a estar precioso y habrá un evento el 30 de noviembre en Bogotá. Luego les escribo con más detalles, por si quieren asistir.
Collage
Esta es mi más reciente pieza. Recuerden que pueden pedir un print o un diseño personalizado a hola@paola-mendez.com
Gracias por ser parte de este camino. Sigo tomando apuntes.
Un abrazo.