La fuente de mi escritura
Sobre el deslumbramiento de la expo y la lucha contra la desconexión de los textos
Deslumbramiento
[Con la punta de los dedos: notas sobre mi participación en la exposición del Newsletter pasado]
Presenté mi cuento y me sentí honrada. Fue una tarde-noche maravillosa por lo tangible del entorno creativo. Me vi deslumbrada por la capacidad que tenemos las personas de alejarnos o acercarnos en función de las lecturas que hacemos de una misma imagen. La ilustradora de mi cuento (si me apego a la cronología mejor debería decir que yo soy la cuentista de su ilustración) imaginó algo tan opuesto a lo que yo escribí, que sin conocernos hicimos una tercera pieza única: la que resultó de la combinación de nuestras imágenes. Esa oposición de conceptos creó algo que solo ella y yo podíamos hacer, nadie más, ninguna otra dupla. Entre todo lo que ocurrió ese día, eso me pareció la materialización de una obviedad mágica, de un regalo del arte.
Hubo vulnerabilidad. Leyeron mi cuento en voz alta y lo escucharon personas desconocidas, pero también un círculo de amigos cercanos que nunca me había reconocido en esa faceta literaria, tan diferente a la historia universitaria que nos puso en el mismo camino. Fue raro: hubo sensación de impostura, miedo a la farsantería y convicción de querer estar ahí mucho tiempo, en el rincón de las satisfacciones de la escritura, casi siempre esquivo y sobreexigente. También fue un rato para dejar en remojo las preocupaciones sobre el tiempo, el dinero y la viabilidad de comprar momentos para escribir textos de los que pueda vivir.
Al margen de la fantasía, fue un espacio de presencia para darme crédito: hace diez años no me hubieran invitado a esa exposición, ni hubiera escrito el cuento, ni hubiera emprendido un proyecto alrededor de la escritura y la lectura, mucho menos hubiera empezado este newsletter que ya va por su tercer año. Han ocurrido tantos cambios, profundos, dolorosos e iluminadores, que merece la pena celebrar las casillas que me he movido en esta ruta ardua, incierta, lenta, generosa y propia.

Contra la desconexión
Escribo para luchar contra la desconexión de volver a un texto cada siete días. Con esfuerzo, me he hecho dueña de un día a la semana para mí, para escribir, para ponerme al corriente con mis lecturas, para hacer ejercicio y reconectarme con mi casa. Para el silencio y la soledad.
El año pasado, la rutina era otra. Casi todo el tiempo estaba en la casa y lo raro era salir de lunes a viernes: clases virtuales, nocturnas, asesorías, consultorías. Este año, desde abril, todo cambió radicalmente. Ni siquiera antes de la pandemia tuve un trabajo que me demandara tanta presencialidad como el que tengo ahora. Esto no se trata de un juicio sobre lo bueno o malo de las circunstancias, sino de un testimonio sobre cómo, sin importar si trabajo de forma virtual, presencial o híbrida, procuro conservar la propiedad de mi tiempo para todo lo que quiero hacer al margen del contrato laboral.
Cuesta mucho. Primero, hacer del trabajo solo un trabajo y no la vida entera. Segundo, cuando uno sabe lo que quiere, disponer del tiempo para que todo lo demás quepa y no se perpetúe el ciclo de ser consumidos por el trabajo. En el largo plazo, eso es también un bucle de infelicidad, pues nos vuelve testigos del transcurrir del tiempo sin hacer lo que genuinamente queremos hacer antes de morir, cansados, sin salud y drenados porque gastamos todas las reservas físicas, emocionales y mentales.
La pelea por la propiedad de un día está más que justificada, pero no es suficiente para que el proyecto salga adelante. La escritura, en mi caso, se dilata una semana cada semana y es difícil reanudar porque el texto se vuelve ajeno. ¿Qué estoy haciendo al respecto? Tomar apuntes diarios de lo que luego traslado al computador. Llevar un cuaderno que no tenga nada que ver con el tema (terapéutico, diarístico, de observaciones), con el fin de entrenar el ritmo escritor. Cada dos o tres días, también releer lo último en el archivo digital y disponer de unos veinte minutos para refrescar las ideas y editar. (A propósito, editar es una forma útil de reactivar la escritura). Si no lo hago, llega la jornada creativa de cada semana y se me van tres horas para empezar, recordando qué era lo que quería decir, por qué, cómo y con qué recursos.
Escribo porque es la urgencia que me moviliza. Escribo para poder seguir escribiendo, para hacerle justicia al tiempo libre que consigo, para sostenerme en una relación de distancia con el trabajo, para resistirme a las lógicas de productividad que no me permiten disfrutar de la maravilla, por ejemplo, de leer columnas y realimentar la fuente, mi fuente, la mejor que tiene mi escritura.









Collage
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Gracias por ser parte de este camino. Sigo tomando apuntes.
Un abrazo.